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Soy el pichón de cóndor desplumado
César Vallejo, 1918
La ceremonia inicia con el alba, los hombres se acercan, sobrios, hacia el centro ceremonial; todos: agricultores, ganaderos, amautas, yanacunas y miembros de la realeza se arremolinan en torno a la irregular tarima de piedra que se yergue en el centro de la plazoleta. Los guerreros, de amplio tórax y adusta mirada permanecen impertérritos, se les distingue por sus alturas y sus infinitas cicatrices, yacen desarmados pues la circunstancia lo amerita.
El gran inca se alista en sus aposentos, sólo; su largo cabello lacio descansa sobre sus hombros y cuelga en amplias cortinas sobre sus andinas facciones, lampiño, tosco, humano y divino a la vez, coge el sacratísimo bastón, coronado con el rostro tallado en oro de su celestial padre; suspira, camina y mientras lo hace se inserta la dorada masqaipacha; camina y la aterciopelada capa acaricia el suelo con gracilidad felina; camina y el viento le roe las mejillas, frías por las lágrimas secas.
Hoy sus progenitores danzarán en el hanan-pacha junto a él, tal como lo predijo el lector del fuego, hoy nada puede causarle pavor ni zozobra, es inocuo a cualquier ente mundano pues hoy es cuando más cerca se halla de lo supraterrenal; un aura legendaria lo cubre.
Un opulento y triste séquito que lo esperaba lo acompaña hasta el centro de la plazoleta, sobre la tarima. Muchos metálicos y barbudos hombres, cabalgando animales cuadrúpedos, míticos y con cabezas de hipocampo, lo vigilan. Lo rodean también sus concubinas y los cuatro guerreros de los Suyos.
Enfrenta con cara orgullosa a su pueblo que llora desconsolado e inicia su última ceremonia.
Final I
La llama se acerca parsimoniosa y orgullosa a sabiendas de su destino.
Mientras el dorado tumi es afilado el inca realiza el sixtu quintucha, acaricia con sus reales dedos la coca mientras le susurra a sus vegetales oídos sus designios finales y el futuro que anhela para el Tahuantinsuyo, las lanza sobre la manta y sus ojos se tornan vidriosos.
El kero reclama sangre y el tumi centellea perturbador.
-Hay alpaquitay, heme aquí, matándote como a mí me matarán. (runa simi)
La gente gimotea mientras el inca, recuperando el aplomo, se inclina lentamente y eleva el kero con ambas mirando al cielo.
-Yawar, taita Inti, yawar.
La gente ahora llora bulliciosamente, las ñustas se golpean el pecho y hasta los guerreros se rompen. Él bebe la sangre y ellos se atragantan con su melacolía. El Sol irradia ahora portentosamente y el inca le da la cara temeroso mas una alegría absoluta lo embarga repentinamente y comienza una pausada y magistral danza; los yaravíes rondan ahora su mente, aquellos que sus amautas le enseñaron de wawa y los que su madre terrenal le cantaba, baila con prosa y elegancia, dando vueltas con la capa en alto, no se contiene y sus lágrimas salpican a la llama muerta, su vida se muestra a su alrededor y sus ojos achinados divisan a sus súbditos, amigos, cuñados, hijas; tantas historias y tan poco tiempo para contarlas, se detiene un poco mareado y siente un aleteo sobre sí, es el taita Cóndor que bailaba sobre él a su ritmo; ahora vuelve a retomar el rumbo, hacia delante, hacia el horizonte andino, donde sus polluelos han de nacer, se aleja lentamente con las alas libres y sin arcabuz que lo mate, su vuelo es infinito y así lo percibe el inca que lo contempla con dignidad y con la cabeza erguida hacia su destino.
La pesada masqaypacha cae toscamente sobre el suelo de piedra…

Final II
En proceso...
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