El ángel de dos caras

Modo de lectura: Es un verdadero laberinto mental, pero doy un mapa arrugado para que se guíen.

1er grito: ¡Negro!

Cada ser tiene una razón por la cual moriría. Lo intuí desde hace muchos años pero lo demostré desde que vi a ese ente hierático, perfecto pero inerte. Me explico, cuando retornaba luego de perseguir inútilmente un conejo se me interpuso un enorme cráter, uno extraño, sólo un lado del suelo con respecto al centro estaba dañado, y en el centro, postrado, con el cuerpo ensangrentado (porque también tienen sangre) y con las ciclópeas alas extendidas, el cuerpo de un ángel muerto. Cercano a él e incólume, un niño de mi edad jugaba con el dorado e ensortijado cabello del difunto celestial.

Un pedazo de otro cuerpo celestial, un meteorito, cayó y al cernirse un inmediato peligro sobre el niño, su ángel protector no lo pensó dos veces y corporificando su alma lo interpuso para defenderlo, supongo que recibió el impacto con el pecho pues de allí se despedía un hediendo olor a carne chamuscada.

El ángel tenía una razón y murió por ella. Capté al instante lo hermoso de la acción, lo glorificado que ha de haberse sentido el ángel al dar su vida por lo que él consideraba Lo Más Importante, su fin, el motor de su existencia. Me marqué también yo una meta para mi vida: hacer que la gente muera por la razón de su vida y sienta la magnificencia absoluta que el ángel percibió. Esa es mi razón y daría mi vida por cumplirla.

Detecto que me persigues por lo que hago pero no te tengo miedo, estoy preparado para la afrenta; tengo una ventaja, apenas puedes vislumbrar a quien me dirijo en este instante aunque tengo la vista fija en ese hospital.

Mi nombre el Pólux.



2do grito: ¡Blanco!

Cada ser tiene una razón para vivir. Hace mucho me contaron que un ser divino, desdeñando su inmortalidad, sacrificó su vida por salvar a una criatura de una muerte calamitosa. Su padre se había alejado con el rebaño mientras él dormía, esa criatura era yo.

El fin por el que mi ángel existía era yo, el motor para su vida, por eso me dolió tanto saber que tubo que dejar la razón por la que vivía, más aún si esa razón era yo.

Un hombre es una colección de caretas superpuestas, las posee por todos lados, sobre la cara, sobre su forma de ser, su lengua y su cerebro, son máscaras completas, con ojos de diferentes expresiones, con todo y orejas y hombreras y costillas y texturas. Mas sólo frente a la razón

de su vida se muestran íntegros, cristalinos, olorosos a si mismos y deselectrizados.

Pero hay un hombre que provoca que la gente muera por lo que quiere, privándolo de su posibilidad de gozarlo, maniobra laberintos mentales, los tortura incompasivamente arrastrándolos hacia un suicidio guiado. Mi razón, mi meta, es evitar que él siga causando esos disparates aunque fenezca en el intento.

Te acecho mientras caminas inadvertido, decidido. Se lo que piensas hacer, aunque inteligente eres esquelético, si es posible he de detenerte con mi fuerza que es por mucho, mayor que la tuya.

Mi nombre es Cástor.



Grito final: ¡Gris, el color de la vida!


La gran noche de infinitas luminarias respira silencio, esa materia inaudible que precede al cataclismo, la húmeda callejuela está desabitada. A lo lejos y corrompiendo la perpetuidad silente un hombre alto y delgado, esquelético y de ojeras se acerca con grandes zancadas a un desvencijado edificio mientras su desaliñado cabello parece flotar. Un extenso y oscuro abrigo lo cubre dejando sólo a la vista unas distinguidas botas negras.

Al borde de un callejón, frente al edificio y acurrucado entre dos autos otro hombre, adiposo y fornido, lo acecha.

Pólux, el hombre delgado, camina directamente hacia el hospital sin que, al parecer, perciba la presencia de Cástor.

Abre raudamente el portón sin producir el más ínfimo sonido y luego de un fugaz vistazo sobre sus espaldas ingresa al hospital. Sus botas golpean el piso pulido de la sala de recepción, la de espera y la de un corredizo que da a muchas habitaciones, Cástor lo sigue de cerca. Pólux sabe que en una de ellas, la quinta de la derecha, la que da a la calle, con ventana hacia el cielo y vista frontal a la plazoleta se halla un hombre enfermo, uno que él conoce muy bien, lo conoce desde niño, es pieza clave de su inmenso rompecabezas desde que lo enclaustró en un laberinto ficticio y fatídico a la vez, abre la puerta.-Hola padre-, el hombre de la cama lo mira insondablemente, impertérrito. -¿ya hablaste a los doctores sobre eso?- interroga el de abrigo sepulcral, -sí, ya me decidí, lo van a hacer mañana y no hay vuelta atrás…-.

El hielo es una materia gélida y el diamante lo es irrompible, simétrico y perfecto; una aleación de ambas parece haber sustituido el aire de la habitación, la comunicación es visual pero sincera. Pólux, sin despegar la vista de su padre, desenfunda lenta e imperceptiblemente un arma, que yacía oculta bajo el abrigo, y apunta a la puerta; Cástor, que espiaba por la abertura, al verse descubierto arremete contra la puerta con estruendoso rugido y lanza su menuda navaja al mismo tiempo que Pólux apreta el gatillo; los metales se cruzan, diferente masa, diferente velocidad, misma misión, todo es asimétrico y simétrico a la vez, cada uno recibe el furibundo ataque del otro; El paquidérmico cuerpo de Castor se estrella pesadamente contra el suelo mientras Pólux cae lentamente como hoja seca en medio del otoño. El hombre de la cama los observa resignado.

-¡¿Por que haces esto, hermano?!- croa el corpulento –¡Dime que le hiciste a nuestro padre!, de todos modos ya cumplí mi misión y tu no pudiste-.

-Si y no- exhala Pólux lamiendo la sangre de su mano –sí cumpliste tu promesa, pero yo también…-, -¡a que te refieres!-

-Sabes la vida puede ser muy antagónica, nuestro padre tiene una enfermedad incurable y muy dolorosa, yo le expliqué la opción de la eutanasia y el la acató alegremente, mañana será su ultimo día; no te das cuenta, la razón de vivir de mi padre era no sufrir más y para cumplirla solo debía morir así que no me fue difícil convencerlo y con ello cumplí mi fin “hacer que la gente muera por la razón de su vida”; tu motor es evitar que yo siga haciendo que la gente muera por su razón de vivir, quieres que la gente disfrute de su “razón de vivir” pero la única forma de que nuestro padre la disfrute es muriendo así que tú también cumples tu fin-

-Así que finalmente, desde nuestro nacimiento, hacemos algo al mismo lado, ahora lo entiendo-

Cástor, desangrándose, es alumbrado por la luz que se escurre desde el corredor y Pólux yace sumido en la oscuridad de la habitación al lado de la ventana, los tres forman un triángulo perfecto.

-tic, tac, tic, tac…- el viejo reloj de péndulo de la pared marca uniformemente los pasos directos hacia la muerte, todos yacen adormecidos y extasiados por el sonido metálico, cada uno moribundo por su lado; la espera es infinita.

-¿Quién pensaría que un ángel…?- se preguntan simultáneamente al cabo de un rato, y aunque ninguno termina la pregunta ambos lo saben.

-Qué importa- opina Cástor –moriremos juntitos y alegres, así como nacimos: como dos gemelos del signo géminis-.


4 comentarios:

"19SaGaX91" dijo...

dejame entenderla bien!!pz

Deoxyseia dijo...

¡Que nadie entendió esta historia!

Némesis Deletérea dijo...

Los gemelos griegos Cástor y Pólux: Los Dioscuros. Es muy interesante, no es una paradoja, pero choca con el sentido común debido a que tiene una solución que parece imposible. Ambos lograron sus cometidos haciendo feliz a su padre. Excelente!

Deoxyseia dijo...

Gracias comentar y por darte el trabajo de entenderla Némesis Deletérea!!!, tardé muchísimo en darle forma a esta historia, por ratos se me olvidaban partes cruciales más que nada racionales, pues como te habrás dado cuenta la mayor parte es puro razonamiento.

Traté de hacer una historia simétrica por el lado de gemelos y asimétrico por el lado de sus comportamientos, filosofía y fisiología.

Saludos y exitos!