Triciclito

Indicaciones de lectura:Leerlo lentamente, como un café humeante y recién pasado, absorbiendo sus múltiples sabores y texturas en cada una de sus palabras.

Tengo frente a mí a un niño, flacuchito, esmirriado, quemado por el Sol Andino, con el cabello parado como el de un puercoespín, como el alfiletero; me observa con infinita expectación, como aguardando una repentina metamorfosis de mis facciones. Desisto, todos los espejos son iguales y todos me muestran el mismo rostro, a ese mismo plagiador que hace lo mismo que yo, que se cree “yo”; Y, si fuera cierto, ¿cómo puedo estar en dos lugares distintos al mismo tiempo?, en esas cavilaciones existenciales me hallo absorto, cuando vienen los albañiles y se llevan el espejo para colocarlo en su lugar final: el baño.

Llamo a mi perra (porque es hembra), la dulce Negra; aparece jadeante, enorme y majestuosa, del tamaño de un caballo, y como tal me lleva sobre su lomo. -Arre, arre…- Definitivamente una gran mascota, fue ella la que me llevaba al jardín todos los días y era puntualita a la hora de la salida; aunque a veces, olvidaba recogerme hasta que mi ma´ se lo mandase, llegaba disparada y jadeante, apoyado en ella me sentía protegido. Qué tiempos aquellos, ahora ya voy a primaria y mi hermana también.

Mi pa´ aparece por la puerta principal cargando un manojo de fierros retorcidos, -esto me lo vendió el vecino a diez soles- dice; escruto mejor los fierros y -¡oh!- sorpresa, es un triciclo viejito, la llanta delantera es puro metal sin atisbo del caucho que la recubría. Subimos a la dignísima Chatarrita (carro “ultrantiguo” de mi pa´), -¡sube, Negra!- y de un brinco mi nana está encima; nos vamos a Matacancha, al lado de los pozos de chuño, para probar el triciclito con mi hermana.



Mientras mi pa´ duerme en el pasto fresco y las ovejas pastan a su lado ignorándolo, mi hermana y yo comenzamos la dura labor (porque la labor de un niño es jugar) de pedalear, dura porque mientras yo lo hago, llevo parada en el chasis de las llantas traseras a mi hermana.

El sol brilla como nunca, colosal y omnipotente, tanto, que forma alrededor suyo una enorme aureola circular, un gigantesco y multicolor arcoiris. El pasto verde fosforescente y el cielo de azul absoluto, con dos o tres enormes nubes esponjosas reflejadas en el lago del color metal, complementan el maravilloso paisaje.

Nos cansamos de pedalear, así que subimos a la loma que esta en la falda del cerro, a la soberana empinadita; es fácil correr por ella, pero, al contemplarla cabalgado en mi triciclito y desde la cima, se me revela como un desafío; mi hermana sube y se sujeta de mi cuello, presagiando la inminente afrenta de su hermano, ella y el triciclito contra la enigmática gravedad; pateo el suelo y comienzo a descender, con Negra trotando a mi lado; la velocidad aumenta rápida y constantemente, más, más y más, mi cabello aletea como paloma negra y ferozmente golpea mi cara, Negra a mi lado corre, ahora velozmente, con la lengua alargadísima y colgando por el costado del hocico, salpicando saliva; más, más y más, ahora corro a velocidad supersónica, NO, vuelo a la velocidad de la luz, alguien se aferra de mi pescuezo, debo mantener la cabeza fría, el timón es casi incontrolable pero logro sortear un bache; demonios, debí haber previsto que mi triciclito no tenia frenos, además, como los pedales están sujetos a la llanta delantera, estos se mueven dramáticamente obligándome a mantener las piernas izadas como las alas de un artefactus volatoris. Atisbo un canal de regadío que se acerca rápidamente, debo tomar una decisión, es hora de convertirme en pensador (aunque sea por unos segundos), hace mucho que dejamos rezagada a Negra y todo depende de nosotros, bueno, sólo de mí; decido encararlo directamente y con la frente en alto, pues si intento esquivarlo daremos las vueltas de campana de las que tanto hablan en la tele; tres, dos, uno...

-CRAKKK…-

Mis ojos se olvidan de cerrarse por reflejo y veo en cámara lenta como el triciclo se inclina hacia delante y mi hermana sale disparada y volando tal cual gorrión sobre mí, yo también siento planear a ras del suelo, sin decidirme a despegar y aferrado al timón, aterrizo toscamente…

Aún sigo acostado, la fatigada Negra me lame una mejilla, sigo aferrado al timón y a la llanta torcida que rechina mientras da vueltas lentamente, no me duele mucho el cuerpo porque la hierba verde y frondosa amortiguó mi caída, supongo que pasó lo mismo con mi hermana que yace a tres metros de mí, junto a su mitad del triciclito, también en el suelo y contemplando el maravilloso cielo.

El atardecer es hermoso, el portentoso Sol, omnividente y difuso, se acurruca en el filo del lago, el cielo ostenta una gama variadísima de colores: rojo, naranja, amarillo, celeste, azul, lila, violeta, luego azul marino y finalmente el negro coronado de la gran Luna creciente, el Sol y la Luna en el firmamento simultáneamente; dignísimas exequias para un fiel amigo, compañero de armas (de juguete claro está), fenecido en el fragor de la batalla con el pedal en alto, mi triciclito tiene que ir a su última morada: la chatarrería.

Como amo la vida…

4 comentarios:

Sociobear dijo...

Esas primeras líneas me recuerdan tanto a Borges y su extraña fijación con los espejos.

Deoxyseia dijo...

Me encanta Borges, talvez tenga algún influjo suyo, de todas maneras gracias por tu comentario!, espero ya tamién poder leerte.

jonathan nolasco barrientos dijo...

yo tambien amo la vida! muchas palabras por entender y mucho dolor por soportar ah!, eso si un excelente escenario.

Deoxyseia dijo...

Jonathan en eso tienes mucha razón, a veces pienso que se necesita un poco de tristeza para poder reconocer la felicidad, recien comparandolas es posible conocer sus diferencias y esencias individuales, cada una depende de la otra; en conclusión, ambas son relativas en cierto sentido.