Remembranzas...

Solo en casa. La puerta resuena por el viento lento de la madrugada y mis oídos al son de Camila, tantas cosas confabulan ahora en mi mente, se superponen y se golpean por presentarse primero ante mi conciencia, es como El Aleph de mis últimos días vividos… Todos mis recuerdos parecen ser mi presente ahora, toda la música escuchada en mi vida retumba en mis oídos, uno de ellos un poco enfermo. Mi grupo se desintegra inexorablemente y para siempre… y con él mi alma de artista, adiós voces fingidas, adiós sueños bajo la carpa de un circo, adiós bailar por las calles con la nariz roja y la sangre hirviendo cuando los niños te persiguen, adiós a la anciana que se ríe con mis chistes andinos.

…bésame sin motivos…

El viaje fue larguísimo, traté de olvidar todo escrito y leído ese día, mi audífono con sólo un auricular funcionando intentaba animarme vanamente con canciones japonesas y tonadas de Linkin Park… todo en vano, el locutor de la radio vehicular comenta parsimoniosa y cálidamente “bla bla bla…Nos escribe también Ernesto desde Santa Anita, nos cuenta que tenía una amiga llamada Alicia con la que se llevaba de maravillas, luego de mucho tiempo él no soporta más el amor que le embarga y le dice lo mucho que la ama, descubre que ella siente lo mismo pero ahora está con otra persona. Ánimos Ernesto, si el amor existe nunca muere…bla bla bla”.

Así en lugar de olvidarte yo te fui queriendo mucho más

Me di por vencido, no podía olvidar lo leído y escrito ese día: “me siento fatal porque una vez más te deje plantado y te extraño…”, “solo queda esperar al tiempo. Que chida frase!!!!”, ”no casi nunca la veo (si no es decir nunca a secas)”, “wao tú vives una amor... extraño!!”,”Mi futuro es prometedor…”,”te gusté en algún momento o aún te gusto?”

Tengo muchas películas sobre mi armario pero Up me pasmó para siempre, y me recordó la historia que alguna vez escribí. Otros objetos surcan también la órbita de mi cuarto, cabezas de maniquís, perfumes, zapatillas, textos inexpresablemente redactados en el idioma de la rabia y en dialecto lágrimas, libretos, un dibujo, CDs de sistemas operativos, una quena, muchos recuerdos tirados desordenadamente bajo la cama, bla bla bla blaaaaaaaaaa

La luz ya no alcanza…

muchas de las historias que escribo son tétricas y con finales melancólicos, existenciales y catastróficos”, “Sería demasiado común q todo terminara y vivieron felices para siempre, las `reales` no terminan así”,”…regrese con mi enamorado”, “ya me acostumbré a que me rechaces siempre”, “tú me preguntaste de quien estaba enamorado verdad??? Estoy enamorado de ti n_n”

Para decirte que no me arrepiento de haberte entregado el corazón

Jajajaja! Dormí toda la noche sobre la computadora, acabo de despertar, todo es más claro en mi mente, pensar que mientras escribo esto, todo se torna nubloso nuevamente y me asusta; al parecer para mí las cosas son claras solo si estoy dormido, otra gota cae. ¡Rayos! No puedo ver un futuro en el que tú no estés presente pero tampoco puedo hacer más, lo di todo, lo intenté todo, lo dije todo “dime, qué más puedo decir”, “no puedo seguir enmascarándome, estoy desnudo ante ti”, “ya me acostumbré a que me rechaces siempre”, ” Enamorado de ti”.

Estoy a punto de emprender un viaje, con rumbo hacia lo desconocido, no sé si algún día vuelva a verte… por más que supliqué no me abandones, dijiste no soy yo: es el destino.

Quizás ésta sea una más de las historias `reales` que te gustan en el que no todos son felices para siempre…

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La historia que les quiero contar

La historia que quiero contarles versa sobre una pareja octogenaria, de su vida juntos, de cómo lograron mantenerse unidos ante las tormentas (¡y vaya qué tomentas!); y cómo espera él ahora seguir manteniéndose unido a ella por siempre, pues aunque suene irónico, ella murió; pero él sabe que como lo hizo congraciada por el Divino a poco de partir está arribita en el cielo. La historia que les relataré trata también sobre la vida de ángel anciano y orgulloso que lleva para poder verla cuando al fin la pueda alcanzar.

La contaré poniendo un claro énfasis en su diáfano y eterno amor, de los problemas surcados y desmenuzados, apuntando lo del rapto, lo de la huida y el trabajo azaroso por una vida mejor; pero sobre todo escribiré sobre los últimos días de ella y de la promesa de esperarle y llevar siempre aquel anillo de metal viejo.

Esa es la historia que les relataré.

pasado
presente (en proceso)
futuro (en proceso)

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Aquello de lo cual la vida está hecha...

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Voces del ayer

Primer ¿poema? que publico, éste es ganador de un incógnito concurso de juegos florales del cual por cierto nunca recibí el premio...


Macabros y sombríos movimientos
se oyen en mis neuronas,
a cuclillas huyes … ¡huyes!


El reloj corre al revés,
mis lágrimas lloran y
mi vida se estruja en un
hondo y eclipsado destino.


Desorbitadas ojeras
arrebatan mi despedida,
ángeles escarchados, vidas alegóricas;
tártaros de miel amarga
me obligan devorar,
no se asusten. Ya estoy muerto.


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Ojos - Anécdota

Modo de lectura:Con tranquilidad, nadie te esta viendo.

Estaba completamente apretado en el carro, incluso a pesar de estar sentado (algo normal para un chosicano), había pedido la maleta al señor que estaba parado a mi lado porque era de material duro y me hacia daño en el brazo, aun así su prominente estómago me seguía estrujando, había pasado ya hora y media de viaje y ya estaba hostigado y renegado de la acción de haber preferido sentarme en el haciendo que estaba sobre la rueda a preferir venir parado, tenía las piernas acuclilladas y aparte del par de calambres sufridos en la planta del pie y en la pantorrilla hace media hora y una hora respectivamente ya no sentía mis piernas.

En el carro se oía la música de los Hermanos Yaipén (como no saber el nombre ese grupo si los llevo escuchando hace casi año hasta debajo de las piedras), y comencé por descuido mi observación, una labor oriunda del hombre andino (somos muy perceptivos y silentes pensadores), esta vez observaba los ojos; los míos, estaba seguro, estaban algo rojos y ceñudos, los adultos y ancianos miraban con desgano, desesperanza, miradas idas que no veían nada a través de los vidrios del carro y que demostraban evocación del algún momento no-solitario, los niños y sus vivaces ojos carcomían con lo que observaban, mientras otros dormían, algunos con las bocas abiertas, otros con los ojos semiabiertos y en blanco, soñando, estoy seguro; terminé de ver los ojos de los pasajeros así que continué con el de los viandantes, de los peatones alegres y de los locos callejeros.

En la entrada de Huachipa y con la esperanza de subir más pasajeros (como si fuera esto posible) el carro se paró tercamente a pesar de la luz verde y la bocina de sus enemigos al volante, cabe acotar que ese semáforo tiene un contador descendente en números luminosos.

Miraba a la gente que esperaba su carro en el paradero y a los que comían su papa con huevo frente al centro recreacional (existe esta palabra?) CONAFOVISER, entre ellos estaba una chica vestida elegantemente y de ojos oscurísimos, perfectos y serios, traté de captar su esencia y fui pillado en el acto, ella me miró por dos segundos y luego desvió la mirada hacia su derecha sobre un ficticio centro de atención pero instantáneamente se volvió pensando que ya no la miraba, al ver que seguía viéndola (perdón por la redundancia, pero el título es Ojos) quedó algo sorprendida pero siguió viéndome, yo no me fijé del detalle pues no la veía a ella sino a sus ojos, así nos quedamos viéndonos por cinco segundos más, ella cambiaba poco a poco la expresión de su rostro, al cabo de este tiempo su rostro mostraba alegría y complicidad, me saludo con la cabeza y me sonrió, y cuando lo hizo sus ojos se achinaron y brillaron, habló algo que no alcancé a escuchar por culpa de los Yaipén pero que por la lectura de labios era “hola” y sentí su esencia, su alegría, me sentí intimidado y luego de responderle con una sonrisa fallida desvié la mirada hacia el espejo retrovisor del carro, allí capté la envidiosa mirada del conductor que, mientras el cobrador llamaba gente, espectaba toda esa escena, desvié los ojos nuevamente, mis dedos temblaban mientras, con la vista fija a la maleta de mis rodillas, recordaba el saludo y la sonrisa calurosa y confidencial de la mujer que de seguro me seguía viendo. Me sentía apresado por miles de glóbulos oculares y observado hasta en mi mas ínfimo ser, podían verme todo, verme los ojos, la sinusitis, los dientes y los zapatos, la pobreza, los pensamientos y los intestinos. Miré el semáforo, la cuenta regresiva estaba en diez, ¡pero que lento pasa el tiempo!, trato de distraerme con las pintas del asiento: “U188sapotal”, “Juan_tu_papi@hotmail.com solo para nenas”, esto es peor, ¡peor! El último segundo es interminable, el motor ya ronronea con la premonitoria carrera entre nuestro chosicano y otro que está al costado en pos de más víctimas, digo, pasajeros, y ¡zas!, el carro arranca y mi incomodidad con él pero no del todo…

Ahora mismo, mientras escribo esta historia, mis dedos siguen temblando sobre el teclado.


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Pinkichi

Modo de lectura: Leerlo mezclándolo con tus raíces.

IMPORTANTE: Reproducir la canción antes de comenzar la lectura.


Soy el pichón de cóndor desplumado
por latino arcabuz…
César Vallejo, 1918


La ceremonia inicia con el alba, los hombres se acercan, sobrios, hacia el centro ceremonial; todos: agricultores, ganaderos, amautas, yanacunas y miembros de la realeza se arremolinan en torno a la irregular tarima de piedra que se yergue en el centro de la plazoleta. Los guerreros, de amplio tórax y adusta mirada permanecen impertérritos, se les distingue por sus alturas y sus infinitas cicatrices, yacen desarmados pues la circunstancia lo amerita.

El gran inca se alista en sus aposentos, sólo; su largo cabello lacio descansa sobre sus hombros y cuelga en amplias cortinas sobre sus andinas facciones, lampiño, tosco, humano y divino a la vez, coge el sacratísimo bastón, coronado con el rostro tallado en oro de su celestial padre; suspira, camina y mientras lo hace se inserta la dorada masqaipacha; camina y la aterciopelada capa acaricia el suelo con gracilidad felina; camina y el viento le roe las mejillas, frías por las lágrimas secas.

Hoy sus progenitores danzarán en el hanan-pacha junto a él, tal como lo predijo el lector del fuego, hoy nada puede causarle pavor ni zozobra, es inocuo a cualquier ente mundano pues hoy es cuando más cerca se halla de lo supraterrenal; un aura legendaria lo cubre.

Un opulento y triste séquito que lo esperaba lo acompaña hasta el centro de la plazoleta, sobre la tarima. Muchos metálicos y barbudos hombres, cabalgando animales cuadrúpedos, míticos y con cabezas de hipocampo, lo vigilan. Lo rodean también sus concubinas y los cuatro guerreros de los Suyos.

Enfrenta con cara orgullosa a su pueblo que llora desconsolado e inicia su última ceremonia.

Final I

La llama se acerca parsimoniosa y orgullosa a sabiendas de su destino.

Mientras el dorado tumi es afilado el inca realiza el sixtu quintucha, acaricia con sus reales dedos la coca mientras le susurra a sus vegetales oídos sus designios finales y el futuro que anhela para el Tahuantinsuyo, las lanza sobre la manta y sus ojos se tornan vidriosos.

El kero reclama sangre y el tumi centellea perturbador.

-Hay alpaquitay, heme aquí, matándote como a mí me matarán. (runa simi)

La gente gimotea mientras el inca, recuperando el aplomo, se inclina lentamente y eleva el kero con ambas mirando al cielo.

-Yawar, taita Inti, yawar.

La gente ahora llora bulliciosamente, las ñustas se golpean el pecho y hasta los guerreros se rompen. Él bebe la sangre y ellos se atragantan con su melacolía. El Sol irradia ahora portentosamente y el inca le da la cara temeroso mas una alegría absoluta lo embarga repentinamente y comienza una pausada y magistral danza; los yaravíes rondan ahora su mente, aquellos que sus amautas le enseñaron de wawa y los que su madre terrenal le cantaba, baila con prosa y elegancia, dando vueltas con la capa en alto, no se contiene y sus lágrimas salpican a la llama muerta, su vida se muestra a su alrededor y sus ojos achinados divisan a sus súbditos, amigos, cuñados, hijas; tantas historias y tan poco tiempo para contarlas, se detiene un poco mareado y siente un aleteo sobre sí, es el taita Cóndor que bailaba sobre él a su ritmo; ahora vuelve a retomar el rumbo, hacia delante, hacia el horizonte andino, donde sus polluelos han de nacer, se aleja lentamente con las alas libres y sin arcabuz que lo mate, su vuelo es infinito y así lo percibe el inca que lo contempla con dignidad y con la cabeza erguida hacia su destino.

La pesada masqaypacha cae toscamente sobre el suelo de piedra…


Final II

En proceso...

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A todos mis lectores xD!!!

Disculpen la demora en postear nuevamente, ¿la razón?, las clases de la universidad y el trabajo.

En breve estaré publicando una historia que me rondaba la cabeza desde hace mucho...

Espero la disfruten y no se olviden comentar por favor.

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Metal vs. Sangre

Modo de Lectura:Leerlo como una historia real, porque lo es.
A mi abuelo


-¡Leandra!, vengo del joyero, ya mandé hacer los anillos, van a ser de purita plata como te prometí- ostenta Francisco hinchando el pecho mientras come, Leandra sonríe, graciosa, a sus adentros contemplando los intentos de Francisco para ganarse un beso. Es más de medianoche y la lámpara de alcohol titila en medio del cuartito creando distorsionadas y fantasmagóricas sombras.

Francisco había trabajado demasiado todo ese día, mucho más que en otros, había aumentado incluso las horas extras. El sofocante calor de las máquinas de la fundición y el cansancio lo oprimían pero la coca lo sustentaba; sus músculos, poderosos y sudorosos, remecían sin cesar. No era para menos, estaba pronto a casarse con la mujer de sus sueños, la misma que de niño lo hipnotizó con esos enigmáticos ojos verdes. Era pequeña cuando fue adoptada por sus padres, de apellido español pero colmada de rasgos indígenas, su gracilidad y benevolencia siempre la distinguieron, en conclusión: era imposible no enamorarse de ella. Ocurrió lo que se proveía, la oposición de la familia, los posibles rumores de incesto en caso de que se casasen (pues era obvio que nadie sabía lo de la adopción), nada surtió efecto sobre sus cabezotas; huyeron sin llevarse nada y no es que no pudiesen, es simplemente que todos eran pobres y la dignidad era su única arma frente a la sociedad.

Huyeron a La Oroya y alquilaron un diminuto, maloliente y acogedor cuartito al filo del poblado.

Francisco no espero un instante y se enlistó en las filas de la fundición que en ese preciso instante urgía de personal. Todos los días, al llegar al trabajo se despojaban de toda la ropa y entraban completamente desnudos, dentro se les facilitaba otra muda acondicionada especialmente para soportar altas temperaturas, El principal trabajo consistía en recoger con pala el material traído por el tren de alguna incógnita mina y transportarlo con carretilla a uno de los ciclópeos recipientes que hervían a fuego de carbón, de allí en adelante los procesos químicos separaban todos los metales útiles, el piso estaba regado de esas masas multiformes, muchas de ellas eran ya metales puros y caían antes del proceso de los lingotes. Al salir del trabajo se realizaba el proceso inverso al del ingreso, esto también les servía para evitar que algún trabajador se llevase algún pedazo de metal entre sus ropas.

Ese día Francisco recordó de intempestivo que Leandra le había prometido una cena especial, se despojó de su ropa de trabajo y pasó la inspección de todos los días, pero esta vez parecía más inquieto de lo normal, más inquieto y más contento, lo revisaron meticulosamente y luego sin más aspavientos lo dejaron pasar. Se vistió y salió de la fundición, cuando comenzó a caminar metió los dedos en la boca y sacó un pequeño y ensalivado pedazo de plata que había escondido bajo la lengua. Sabía hacia donde dirigirse, apretó el paso y mientras lo hacía se imaginaba la sorpresa que daría a Leandra el día de su casamiento en el matrimonio masivo.

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El ángel de dos caras

Modo de lectura: Es un verdadero laberinto mental, pero doy un mapa arrugado para que se guíen.

1er grito: ¡Negro!

Cada ser tiene una razón por la cual moriría. Lo intuí desde hace muchos años pero lo demostré desde que vi a ese ente hierático, perfecto pero inerte. Me explico, cuando retornaba luego de perseguir inútilmente un conejo se me interpuso un enorme cráter, uno extraño, sólo un lado del suelo con respecto al centro estaba dañado, y en el centro, postrado, con el cuerpo ensangrentado (porque también tienen sangre) y con las ciclópeas alas extendidas, el cuerpo de un ángel muerto. Cercano a él e incólume, un niño de mi edad jugaba con el dorado e ensortijado cabello del difunto celestial.

Un pedazo de otro cuerpo celestial, un meteorito, cayó y al cernirse un inmediato peligro sobre el niño, su ángel protector no lo pensó dos veces y corporificando su alma lo interpuso para defenderlo, supongo que recibió el impacto con el pecho pues de allí se despedía un hediendo olor a carne chamuscada.

El ángel tenía una razón y murió por ella. Capté al instante lo hermoso de la acción, lo glorificado que ha de haberse sentido el ángel al dar su vida por lo que él consideraba Lo Más Importante, su fin, el motor de su existencia. Me marqué también yo una meta para mi vida: hacer que la gente muera por la razón de su vida y sienta la magnificencia absoluta que el ángel percibió. Esa es mi razón y daría mi vida por cumplirla.

Detecto que me persigues por lo que hago pero no te tengo miedo, estoy preparado para la afrenta; tengo una ventaja, apenas puedes vislumbrar a quien me dirijo en este instante aunque tengo la vista fija en ese hospital.

Mi nombre el Pólux.



2do grito: ¡Blanco!

Cada ser tiene una razón para vivir. Hace mucho me contaron que un ser divino, desdeñando su inmortalidad, sacrificó su vida por salvar a una criatura de una muerte calamitosa. Su padre se había alejado con el rebaño mientras él dormía, esa criatura era yo.

El fin por el que mi ángel existía era yo, el motor para su vida, por eso me dolió tanto saber que tubo que dejar la razón por la que vivía, más aún si esa razón era yo.

Un hombre es una colección de caretas superpuestas, las posee por todos lados, sobre la cara, sobre su forma de ser, su lengua y su cerebro, son máscaras completas, con ojos de diferentes expresiones, con todo y orejas y hombreras y costillas y texturas. Mas sólo frente a la razón

de su vida se muestran íntegros, cristalinos, olorosos a si mismos y deselectrizados.

Pero hay un hombre que provoca que la gente muera por lo que quiere, privándolo de su posibilidad de gozarlo, maniobra laberintos mentales, los tortura incompasivamente arrastrándolos hacia un suicidio guiado. Mi razón, mi meta, es evitar que él siga causando esos disparates aunque fenezca en el intento.

Te acecho mientras caminas inadvertido, decidido. Se lo que piensas hacer, aunque inteligente eres esquelético, si es posible he de detenerte con mi fuerza que es por mucho, mayor que la tuya.

Mi nombre es Cástor.



Grito final: ¡Gris, el color de la vida!


La gran noche de infinitas luminarias respira silencio, esa materia inaudible que precede al cataclismo, la húmeda callejuela está desabitada. A lo lejos y corrompiendo la perpetuidad silente un hombre alto y delgado, esquelético y de ojeras se acerca con grandes zancadas a un desvencijado edificio mientras su desaliñado cabello parece flotar. Un extenso y oscuro abrigo lo cubre dejando sólo a la vista unas distinguidas botas negras.

Al borde de un callejón, frente al edificio y acurrucado entre dos autos otro hombre, adiposo y fornido, lo acecha.

Pólux, el hombre delgado, camina directamente hacia el hospital sin que, al parecer, perciba la presencia de Cástor.

Abre raudamente el portón sin producir el más ínfimo sonido y luego de un fugaz vistazo sobre sus espaldas ingresa al hospital. Sus botas golpean el piso pulido de la sala de recepción, la de espera y la de un corredizo que da a muchas habitaciones, Cástor lo sigue de cerca. Pólux sabe que en una de ellas, la quinta de la derecha, la que da a la calle, con ventana hacia el cielo y vista frontal a la plazoleta se halla un hombre enfermo, uno que él conoce muy bien, lo conoce desde niño, es pieza clave de su inmenso rompecabezas desde que lo enclaustró en un laberinto ficticio y fatídico a la vez, abre la puerta.-Hola padre-, el hombre de la cama lo mira insondablemente, impertérrito. -¿ya hablaste a los doctores sobre eso?- interroga el de abrigo sepulcral, -sí, ya me decidí, lo van a hacer mañana y no hay vuelta atrás…-.

El hielo es una materia gélida y el diamante lo es irrompible, simétrico y perfecto; una aleación de ambas parece haber sustituido el aire de la habitación, la comunicación es visual pero sincera. Pólux, sin despegar la vista de su padre, desenfunda lenta e imperceptiblemente un arma, que yacía oculta bajo el abrigo, y apunta a la puerta; Cástor, que espiaba por la abertura, al verse descubierto arremete contra la puerta con estruendoso rugido y lanza su menuda navaja al mismo tiempo que Pólux apreta el gatillo; los metales se cruzan, diferente masa, diferente velocidad, misma misión, todo es asimétrico y simétrico a la vez, cada uno recibe el furibundo ataque del otro; El paquidérmico cuerpo de Castor se estrella pesadamente contra el suelo mientras Pólux cae lentamente como hoja seca en medio del otoño. El hombre de la cama los observa resignado.

-¡¿Por que haces esto, hermano?!- croa el corpulento –¡Dime que le hiciste a nuestro padre!, de todos modos ya cumplí mi misión y tu no pudiste-.

-Si y no- exhala Pólux lamiendo la sangre de su mano –sí cumpliste tu promesa, pero yo también…-, -¡a que te refieres!-

-Sabes la vida puede ser muy antagónica, nuestro padre tiene una enfermedad incurable y muy dolorosa, yo le expliqué la opción de la eutanasia y el la acató alegremente, mañana será su ultimo día; no te das cuenta, la razón de vivir de mi padre era no sufrir más y para cumplirla solo debía morir así que no me fue difícil convencerlo y con ello cumplí mi fin “hacer que la gente muera por la razón de su vida”; tu motor es evitar que yo siga haciendo que la gente muera por su razón de vivir, quieres que la gente disfrute de su “razón de vivir” pero la única forma de que nuestro padre la disfrute es muriendo así que tú también cumples tu fin-

-Así que finalmente, desde nuestro nacimiento, hacemos algo al mismo lado, ahora lo entiendo-

Cástor, desangrándose, es alumbrado por la luz que se escurre desde el corredor y Pólux yace sumido en la oscuridad de la habitación al lado de la ventana, los tres forman un triángulo perfecto.

-tic, tac, tic, tac…- el viejo reloj de péndulo de la pared marca uniformemente los pasos directos hacia la muerte, todos yacen adormecidos y extasiados por el sonido metálico, cada uno moribundo por su lado; la espera es infinita.

-¿Quién pensaría que un ángel…?- se preguntan simultáneamente al cabo de un rato, y aunque ninguno termina la pregunta ambos lo saben.

-Qué importa- opina Cástor –moriremos juntitos y alegres, así como nacimos: como dos gemelos del signo géminis-.


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Retazo

Modo de lectura: Leerlo como el retazo de historia que es.

La corte en pleno está sobre nosotros, sobre mí y el rey; el opulento salón dorado, los adornos y sus estatuas y la fabulosas pinturas de su cúpula y los oleos, los cortesanos, todos musitan inquietos; infiero que comentan sobre mí y hazañas, del legendario enfrentamiento contra la legión de mi propia estirpe, mi duelo de dados con la muerte y el inexplicable vuelo con el que vencí a El Invencible, patrañas, soy un ser humano después de todo, humano pero también soy eems. (Nota del traductor: la palabra no a podido ser traducida).

El rey se yergue y yo me inclino (no puede ser de otra manera), tras un largísimo y rimbombante discurso a toda la casta de nobles, distinguidos guerreros y religiosos presentes que no pretendo repetir, posa su espada sobre mi hombro y me declara Sir Caballero… (El nombre es imposible de obtener por la edad y deterioro del texto original). Como muestra de su gratitud personal, el rey me obsequia El Anillo que sin demora, inserto en mi dedo índice (Nota: muchas líneas que siguen son ilegibles).

Camino por la calle principal de la metrópolis, la nieve me nubla los ojos y no puedo distinguir las afueras de la ciudad, mientras deambulo atisbo hacia oriente una cristalería de enormes puertas, las muchachas me sonríen; tal ves nunca debí tomar este camino y sólo debí casarme, todo sería mejor, no tendría que vivir escabulléndome de medio mundo y desconfiar de cada líquido que me dan de beber; me aguanto un suspiro.

Alguien ruge a mis espaldas, se me debería erizar los pelos de la nuca pero ni siquiera me inmuto, es más, ya me parecía extraño que tardaran tanto, no hay de que preocuparse, tengo El Anillo en el dedo, no les va a ser fácil quietármelo (Nota: Es incomprensible el porque de la importancia que da el autor a El anillo). No se les ve el rostro ¿será que no
lo tienen? y este en especial luce más luciferino, emprendo la huída pero me siento cuadrado y no puedo avanzar rápido, el clima a hecho mella en mí y mis pies se hunden en la masa blanca; la fuga es brutal, gasté todas mis fuerzas (tanto mágicas como físicas) en la batalla contra El Invencible pero mi ego y mi fuerza de voluntad se sobreponen y mueven mi cuerpo. Diablos, este tiene un arma que se asemeja a una pequeña guadaña pero de dos puntas, lo lanza junto con otro rugido y me veo obligado a esquivarlo usando el brazo derecho como hacen los leopardos con la cola, siento un golpe en la mano, la nieve se tiñe de rojo y contemplo con ojos desorbitados como en medio de la gran mancha escarlata yace mi dedo índice clavado de punta con todo y El Anillo. No puedo darme por vencido, agarro mi propio dedo y pongo pies en polvorosa…


(Nota: Es posible que dada la importancia, El Anillo y El Invencible estén conectados de alguna manera).


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Historia de un sábado por la tarde

Modo de lectura: Leer sin compasión y luego tomar un chocolate caliente.

Acababa de enseñar a una amiga el tema de algoritmos; era sábado y mientras me dirigía con paso lentos a la puerta tres de mi universidad, hilvanaba posibles historias para un concurso de blogs en el que quería participar, rondaban por mi cabeza una historia incaica, otra corta como el relámpago y aquella que se diluía en laberintos mentales, también rondaban acosándome “historias” con nombre y sin historia, otras ya creadas y fermentando para alcanzar el punto. También pensaba en el viaje que haría ese día a provincia por razones teatrales.

Tome distraído el primer carro que se me cruzó y tenía mi ruta, estaba repleto de gente, parecíamos sardinas, quede apretado por la colosal masa humana al lado del cobrador y con el pie involuntariamente puesto cerca de la bisagra de la puerta, cuando el carro arrancó y el cobrador cerró fuertemente la puerta me aplastó el pie izquierdo, grité y no me importó que todos los pasajeros voltearan a verme, estaba casi seguro que al sacarme el zapato en casa encontraría la uña destapada y mucha sangre en la media; cojee hasta el fondo del microbús para evitar estrangular al cobrador que fiel a su dogma permanecía impertérrito.

La verdad es que soy muy distraído y siempre se me olvidan las cosas, una de las cosas que más olvido son los nombres de las comidas y el lugar donde dejé por última vez un objeto (incluso si acabo de dejarlo hace once segundos), ese don (?) me ayudó también a olvidar el dolor y distraído como soy observaba por la ventana del carro el parque circular de enero, el de los enamorados y los robos con rosas y chocolates, la calle de las flores antediluvianas y la otra de las casas igual de antiquísimas. Contemplaba toda la fauna de los mercados con los ojos idos en pensamientos más bien románticos.

Sentí una vibración en mi bolsillo y otra pequeña, imperceptible en lo profundo de mi pecho; tomé el celular, -Hola pa’- dije, -Vas a venir a Carhuamayo hoy ¿verdad?- preguntó mi padre, -sip- respondí, -entonces tocas la puerta, tu abuelo te va a abrir, nosotros vamos a estar en un velorio- la vibración crece, se magnifica, -¿Quién murió?-, -tu tío Rosario-, mi pecho es ahora un temblor y no ya solo una mera corazonada, crece exponencialmente, toma el camino de mi garganta, sale por la boca y no puedo contenerla –¡Puta madre!-, no me importa haber llamado la atención por segunda vez, algunos incluso se alejan por precaución; al otro lado de la línea mi padre queda mudo, -Esta bien, nos vemos mañana…, chao-. Siento que mi alma se estruja, y me siento sólo y vulnerable a todo, un asiento se desocupa y caído allí, descarnado; una vendedora ambulante ofrece chocolates Cañonazo y recuerdo que se supone que el chocolate da alegría, compro dos y ni siquiera recuerdo el vuelto, como compulsivamente el par de barras en menos de treinta segundos, -dame alegría maldita sea…-, ¿fui muy lento o el chocolate es inefectivo? no, él murió muy rápido; una gorda y salada lágrima rueda por mi mejilla y cae en mis enchocolatados y temblorosos labios…

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Nebulosas

Indicaciones de lectura:Leerlo con corazón descubierto y propenso a remenbranzas.
La historia es breve. La perfecta noche se cierne sobre nosotros mientras jugamos a las rondas, empujones, volantines y nos perseguimos por sobre la inmensa alfombra silvestre; eres hermosa y de cabellos aleonados, ojos oscuros y brillantes, sonrisa de diamante. A lo lejos las diminutas y azules montañas nos cobijan y eso que aún no comento del cielo.

Te jalo del brazo en medio del juego y caes sobre mí, sentada sobre mi vientre, tu respiración entrecortada y agitada se tranquiliza parsimoniosamente, tus cabellos perfectos (nunca me cansaré de decírtelo) cubren tus blancas orejas y parte de tu rostro, tus ojos taladran los míos, una sonrisa coqueta, un suspiro y acercas lentamente tus labios a los míos, -¡mira el cielo!- te digo, espabilas sin rencor y con movimiento contorsionista te inclinas hacia atrás y posas tus negras pupilas sobre el cosmos, infinitas estrellas titilan mientras raras y calidoscópicas nubes de color azul y celeste danzan lentamente sobre nosotros.

Despierto, aún no comprendo por qué lo hago, tal vez por la esperanza de que nuestro primer beso sea real y no sólo en un sueño mío…


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Vincent



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Triciclito

Indicaciones de lectura:Leerlo lentamente, como un café humeante y recién pasado, absorbiendo sus múltiples sabores y texturas en cada una de sus palabras.

Tengo frente a mí a un niño, flacuchito, esmirriado, quemado por el Sol Andino, con el cabello parado como el de un puercoespín, como el alfiletero; me observa con infinita expectación, como aguardando una repentina metamorfosis de mis facciones. Desisto, todos los espejos son iguales y todos me muestran el mismo rostro, a ese mismo plagiador que hace lo mismo que yo, que se cree “yo”; Y, si fuera cierto, ¿cómo puedo estar en dos lugares distintos al mismo tiempo?, en esas cavilaciones existenciales me hallo absorto, cuando vienen los albañiles y se llevan el espejo para colocarlo en su lugar final: el baño.

Llamo a mi perra (porque es hembra), la dulce Negra; aparece jadeante, enorme y majestuosa, del tamaño de un caballo, y como tal me lleva sobre su lomo. -Arre, arre…- Definitivamente una gran mascota, fue ella la que me llevaba al jardín todos los días y era puntualita a la hora de la salida; aunque a veces, olvidaba recogerme hasta que mi ma´ se lo mandase, llegaba disparada y jadeante, apoyado en ella me sentía protegido. Qué tiempos aquellos, ahora ya voy a primaria y mi hermana también.

Mi pa´ aparece por la puerta principal cargando un manojo de fierros retorcidos, -esto me lo vendió el vecino a diez soles- dice; escruto mejor los fierros y -¡oh!- sorpresa, es un triciclo viejito, la llanta delantera es puro metal sin atisbo del caucho que la recubría. Subimos a la dignísima Chatarrita (carro “ultrantiguo” de mi pa´), -¡sube, Negra!- y de un brinco mi nana está encima; nos vamos a Matacancha, al lado de los pozos de chuño, para probar el triciclito con mi hermana.



Mientras mi pa´ duerme en el pasto fresco y las ovejas pastan a su lado ignorándolo, mi hermana y yo comenzamos la dura labor (porque la labor de un niño es jugar) de pedalear, dura porque mientras yo lo hago, llevo parada en el chasis de las llantas traseras a mi hermana.

El sol brilla como nunca, colosal y omnipotente, tanto, que forma alrededor suyo una enorme aureola circular, un gigantesco y multicolor arcoiris. El pasto verde fosforescente y el cielo de azul absoluto, con dos o tres enormes nubes esponjosas reflejadas en el lago del color metal, complementan el maravilloso paisaje.

Nos cansamos de pedalear, así que subimos a la loma que esta en la falda del cerro, a la soberana empinadita; es fácil correr por ella, pero, al contemplarla cabalgado en mi triciclito y desde la cima, se me revela como un desafío; mi hermana sube y se sujeta de mi cuello, presagiando la inminente afrenta de su hermano, ella y el triciclito contra la enigmática gravedad; pateo el suelo y comienzo a descender, con Negra trotando a mi lado; la velocidad aumenta rápida y constantemente, más, más y más, mi cabello aletea como paloma negra y ferozmente golpea mi cara, Negra a mi lado corre, ahora velozmente, con la lengua alargadísima y colgando por el costado del hocico, salpicando saliva; más, más y más, ahora corro a velocidad supersónica, NO, vuelo a la velocidad de la luz, alguien se aferra de mi pescuezo, debo mantener la cabeza fría, el timón es casi incontrolable pero logro sortear un bache; demonios, debí haber previsto que mi triciclito no tenia frenos, además, como los pedales están sujetos a la llanta delantera, estos se mueven dramáticamente obligándome a mantener las piernas izadas como las alas de un artefactus volatoris. Atisbo un canal de regadío que se acerca rápidamente, debo tomar una decisión, es hora de convertirme en pensador (aunque sea por unos segundos), hace mucho que dejamos rezagada a Negra y todo depende de nosotros, bueno, sólo de mí; decido encararlo directamente y con la frente en alto, pues si intento esquivarlo daremos las vueltas de campana de las que tanto hablan en la tele; tres, dos, uno...

-CRAKKK…-

Mis ojos se olvidan de cerrarse por reflejo y veo en cámara lenta como el triciclo se inclina hacia delante y mi hermana sale disparada y volando tal cual gorrión sobre mí, yo también siento planear a ras del suelo, sin decidirme a despegar y aferrado al timón, aterrizo toscamente…

Aún sigo acostado, la fatigada Negra me lame una mejilla, sigo aferrado al timón y a la llanta torcida que rechina mientras da vueltas lentamente, no me duele mucho el cuerpo porque la hierba verde y frondosa amortiguó mi caída, supongo que pasó lo mismo con mi hermana que yace a tres metros de mí, junto a su mitad del triciclito, también en el suelo y contemplando el maravilloso cielo.

El atardecer es hermoso, el portentoso Sol, omnividente y difuso, se acurruca en el filo del lago, el cielo ostenta una gama variadísima de colores: rojo, naranja, amarillo, celeste, azul, lila, violeta, luego azul marino y finalmente el negro coronado de la gran Luna creciente, el Sol y la Luna en el firmamento simultáneamente; dignísimas exequias para un fiel amigo, compañero de armas (de juguete claro está), fenecido en el fragor de la batalla con el pedal en alto, mi triciclito tiene que ir a su última morada: la chatarrería.

Como amo la vida…

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La Espiral



Indicaciones de lectura:Leerlo atentamente y con la
mente fija en cada acción. Alerta con los simbolismos.

Mi nombre poco importa, soy descendiente del linaje sagrado de un integrante de lo Alto; de sangre azul, azul como la tierna ambrosia que alguna vez probé (en un sueño verdadero).
Me hospedo en este frío calabozo, alto y oblongo, casi sepulcral. Su caótica y arcaica edificación encripta demasiados recuerdos, mi hospedaje es sólo uno de ellos, el más ínfimo quizás, porque mis antepasados también lo utilizaron.......

Ahora poseo solo tres objetos: (a excepción de los harapos, la cuchara y el triste plato de latón) un espejo, un medallón y una daga bañada con mi propia sangre, mi recuerdo más preciado.
Trataré de narrar a las mohosas piedras la historia que he hilvanado, meditado, ejecutado y de la cual ahora me siento muy orgulloso.

***

Solía gobernar desde mucho antes que empezase a caminar; mi padre, victorioso monarca desde siempre, heredó este reino de manera sombría; su padre (mi abuelo) desapareció misteriosamente y él se erigió como soberano absoluto, así me lo contó. Le gustaba regalarme libros universales, de discusiones sobre la justicia, del poder como posterior al bien y al mal; formándome para sucederlo (eso creo); sin embargo a mí más me interesaron las historias
fantásticas, las míticas como: Las mil y una noches, las trágicas tramas de Sófocles y las Centurias de Nostradamus, libros prohibidos por naturaleza.

Arrullaban mis grandes días un tibio sentimiento de amor, amor hacia una joven de delgadas siluetas y estigmatizados ojos cimarrones. Creo que mi padre lo sospechaba.
Para mi último cumpleaños me obsequió una daga de hermosa plata, me advirtió que nunca la dejara y se fue de viaje. ¿Agregaré que fue una alegría?, hospedé a mi amada.

Los soles pasaban y yo entretejía mi vida con el de la joven; la quería por sobre todas las cosas, por sobre los mares y los cielos (no por los dioses, que aquí pocos creemos en ellos). Mi padre siempre ostentaba una doctrina: “No existe la verdad ni la mentira, solo depende de quien la dicte, el vencedor o el vencido”; así era mi padre, hombre huraño y de rara felicidad; de aguileños ojos claros, barba cetrina y toscas facciones. Colgaba siempre un medallón de su cuello.

Al crepúsculo de una mañana desperté absorto en una melancólica calle de baldosa, aún llevaba la pijama y el frío aún torcía los huesos de ricos y pobres; me encaminé al castillo. Nadie quedaba allí, mis pasos reverberaban en los corredores y el azorado tiempo resbalaba, casi líquida, con el viento; sentía caminar en revés, caminar en círculos e infinitamente. Los espejos me multiplicaban, imitaban y jugaban sórdidos juegos de simular la existencia de otro mundo; siempre me agradaron, te dan la impresión torcida y utópica de que en cada uno de ellos se oculta un presente paralelo al nuestro, simétrico: la izquierda es derecha y viceversa. La gente de ese mundo nos percibe de la misma forma, tal vez esta sea la clave de otro “Yo” al que siempre perseguimos; cada espejo es un Universo, creo que eso también me lo refirió mi padre.
Ensayé un grito, ni el espacio se percató de mi presencia, crucé el cuarto de mis ancestros y luego el salón, el piso de gran mármol pulido reflejaba mi extrañeza. Divisé un cuerpo, era mi amada, tirada e indefensa (tal vez deforme); yacía en el suelo, muerta.

Al fondo del salón, la tarima ostentaba a un ser erguido, dándome la espalda; contemplaba una barroca pintura, la legendaria batalla de Cronos y su hijo, Zeus. Se volvió y su metamorfoseado rostro me enfrentó, salpicaba odio y sucio deleite por cada minúscula facción. Era el cruce un dios y el barro, del ángel y del demonio, de la vida y la muerte, era un hombre, era mi padre.
Un frío estupor me invadió, podía oír trabajar los engranajes de mi mente y la guerra de mis dos mundos explotó, la cruenta guerra de Todos contra Nadie, de alquimistas, dioses, espejos y los dioses que habitan el mundo de cada espejo; de reyes y mendigos, del trigo y la paja, el universo y la nada, de mi amor y su odio... Desenvainé mi daga y arremetí contra él, con salto ágil la esquivó, carcajeando maléficamente.

- ¡Lo logré! –Gritaba – Ahora todo volverá a cumplirse.

Mi ímpetu volvió a incitarme; él cogió un fino bastón y me golpeó, como quien burla a un dragón, como quien espera la muerte; aquel ser (porque ya no era mi padre) era ahora lo que más abjuraba en este mundo y no me importaba no heredar su reino a cambio de causarle el mayor daño posible. Lo golpeo, lo muerdo e incrusto mi daga de primorosa plata en el vientre de quien destruyó mi corazón.

***


Mi calabozo se torna glorioso al recuerdo de esta historia, después de todo no es la primera vez


que un hijo mata a su padre; lo hizo Edipo, lo hizo Refugio y Bruto; también lo hizo Zeus con su padre: lo destronó, lo derrocó y ahora yace en la médula misma del infierno, lo encerró en el Tártaro. Lo de este último no debe impresionar mucho a nadie, yo soy de su linaje; me fue heredado el sublime ritual de ceder el reino en base al poder, por supremacía: el asesinato.
¿No lo entiendes?, la historia que narré no es la mía, sino la de mi hijo. Fui yo quien mató a la joven, fui yo quien incité a la violencia en mi hijo para que me ataque y con la daga en mi vientre, selló su destino.

Lo hizo mi padre conmigo y mi abuelo con él así
ad infinitum. Me siento feliz después de todo, no sin temor ejecuté mi plan y comprobé una vez más la tesis de mis ancestros: “No existe la verdad ni la mentira”. ¿En qué se basa por ejemplo, la justicia? Solo en la voluntad insoluble del poderoso, aquella fuerza viene de un postulado anterior. ¿Cuál es la visualización absoluta de un dios? No de Zeus, ni de Buda, uno es todos y todos son uno; tanto Brahma, Odin y Osiris forman el mismo Ente Supremo que gobierna nuestra ética. La inmortalidad le impide apreciar el sentido del tiempo, viaja hasta el “infinito futuro” y luego acabándolo vuelven en revés (por que ni el tiempo es infinito). Ulterior a todo esto nada importa, sólo las ganas de que en un tiempo sin fin podamos llegar completamente “limpios” y regresar a la era de los dioses. Esa es la razón de mi estirpe, por ella tuve que hacer esto, tan sólo con esa daga no se rompería la cadena. Lo hizo mi padre conmigo; por ello la daga, y más aun con la sangre mía, es mi máximo trofeo.

He narrado la historia en primera persona, para evitar que me interrumpan los vientos, interrogando antes de tiempo la razón de mis acciones (esto no es una excusa). Sólo así concatenarían mis pensamientos y los de mi hijo.

El barro es bueno para las heridas, ya no sangra mucho y al descubrir mi hijo el medallón (que de hecho lo hará), el Círculo se volverá a enroscar. Tengo que dormir temprano, mañana es el día más feliz de mi vida: mañana, por orden de mi nuevo rey, mi hijo, mi dios, voy a ser ejecutado.


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